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Semejante monumentalidad persiguió un solo fin: albergar los restos de Dante Alighieri, que descansaban desde hacía siete siglos en Ravena, Italia.
El empresario Luís Barolo le había confiado la construcción de un edificio para oficinas al arquitecto Mario Palanti. Italianos ambos, soñaban con transformar el palacio en el mausoleo del poeta florentino, algo que nunca sucedió.